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LECCIONES DE LA DOCTORA TERESA (I)

El Dios revelado en la experiencia mística

                                                                                  Daniel de Pablo Maroto

                                                                                  Carmelita Descalzo

                                                                                  “La Santa” – Ávila

El día 27 de septiembre de 1970 el papa Pablo VI declaró a santa Teresa de Jesús “Doctora de la Iglesia”, la primera mujer a la que se le concedía ese título que no era meramente honorífico, sino un reconocimiento oficial de lo que ella había enseñado en su vida con sus palabras y acciones y, después de su muerte, con sus libros. Para recoger ese magisterio, a los 50 años de aquel acontecimiento, presento tres lecciones magistrales antes de conmemorar el evento y, el mismo día del aniversario, el proceso seguido para el reconocimiento del título de DOCTORA.

            Comienzo en esta primera entrega con la pregunta sobre Dios, que se ha convertido en nuestro tiempo no solo en tema de reflexión y debate, sino en problema. Para Teresa no es un dogma-verdad a creer, sino una misteriosa presencia para gozar, una luz que ilumina su ser y su quehacer, una realidad casi tangible que la guía, una fuerza interior que la empuja a crear una obra racionalmente sobrehumana para una mujer quebrantada en su salud y con carencia de medios materiales. Con esa experiencia de fondo, cuando Teresa escribe no lo hace para convencer a los ateos, agnósticos o antiteístas que Dios existe -también es posible y deseable- sino para alentar a los creyentes y aumentar su fe.

            Teresa, que como narradora de historias es una maestra consumada, lo es también como cronista de sus facultades interiores y de lo que ha “experimentado”: que Dios existe y actúa en la historia, una experiencia que la obliga a hablar, a escribir, a fundar conventos. Y, una vez que descubre “por experiencia” que Dios existe, escribe para “engolosinar” a los lectores para que hagan la misma experiencia; para dar “voces” en el silencio de sus escritos porque la Iglesia no le permitía hacerlo en los púlpitos ni en tierras de misión. Lloraba de pena por no poderlo hacer, como dicen los testigos de su vida. Heraldo y vocera de Dios para decir que todo lo hecho -escribir y fundar conventos- no es obra suya, sino de Dios. La autoestima, su YO emergente, han quedado anulados.

            Es difícil condensar en pocas líneas cómo “sintió” a Dios en su vida y cómo lo tradujo en palabras, en ejemplos y en símbolos. En su Autobiografía, escrita más de 40 años después de lo narrado sobre su infancia y adolescencia, es consciente de que ha sido una “predestinada” por Dios, y las andanzas de la vida le descubrirán el “para qué”. Los deseos de un cielo “para siempre”, la búsqueda del martirio y los juegos de infancia, en una tardía visión retroactiva, están narrados en la óptica de que Dios estaba dirigiendo su vida; y cuando se desvía del proyecto marcado, él se encarga de reconducirla al primer amor: “Andaba mirando y remirando por dónde me podía tornar a Sí” (Vida, 2, 8); y también recondujo su vida -ocupada en “galas y vanidades- al claustro donde concluyó sus días: “Me forzó a que me hiciera fuerza” (ib., 3, 2). ¡Qué expresión tan violenta y preñante de sentido!

            En Teresa, la “experiencia” del Dios existente y actuante en la vida se manifestó de muchas maneras. Comenzó teniendo “a deshora un sentimiento de presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en él” (Vida, 10, 1). Era el inicio de un camino de acceso al misterio de Dios que se le irá “desvelando”, nunca revelando del todo. Y lo sentirá no solo en lo interior, en el fondo del alma, en las facultades de la racionalidad: entendimiento, memoria y voluntad. Los problemas se agravarán cuando se manifiesten en el cuerpo mediante éxtasis, visiones intelectuales, nunca “con lo ojos del cuerpo”, locuciones divinas que a veces contienen palabras proféticas que se cumplen.

            Es un material psico-somático emocionalmente muy llamativo y goloso para el análisis científico, sobre todo los éxtasis, de los que la Santa refiere tantos casos, que los testigos pueden observar. Qué contenido religioso tienen, creo que es difícil de determinar, pero son “fenómenos” que acompañan a la “experiencia mística”, pero creo el Dios misterio es donde menos se manifiesta.

            El contacto de la mística Teresa con el misterio de Dios se realiza en los pliegues más profundos del alma, sobre todo en la séptima morada del hermoso castillo interior, que es “todo de un diamante o muy claro cristal”, un “paraíso adonde Dios tiene sus deleites”, su “aposento” (Moradas, I, 1, 1). El alma del justo participa del ser de Dios que también es “un muy claro diamante muy mayor que todo el mundo” y “todo lo que hacemos se ve en este diamante, siendo de manera que él encierra todo en Sí” (Vida, 40, 10).

            Después de este espectáculo deslumbrante, de esta “revelación” de Dios en la experiencia de Teresa, podemos preguntarnos si, para hablar de Dios, es preferible escuchar a los teólogos, como proponía Ortega y Gasset (Cf. mi trabajo: “Ortega y Gasset y la mística”, en el Diario de Ávila, 15-V-2017, p. 4); o a los místicos, como prefieren los que aceptan como válidas sus “experiencias” de lo divino y lo comunican, como la Doctora Teresa.

            Esta nítida y elocuente afirmación de Dios como existente y actuante de la mística Teresa se proyecta sobre los defensores del nihilismo, la negación de Dios y toda idea sobre la Trascendencia. Profetas de tiempos pasados que retornan para seguir pregonando sus teorías sobre la inexistencia o la muerte de Dios.

            Por ejemplo, que la creencia en Dios es una “proyección” del hombre que lo crea porque lo necesita para realizarse; que es el “opio del pueblo”. Debe ser del pueblo ignorante, no de los grandes creyentes, como Teresa y los intuitivos creadores de instituciones sociales (escuelas, hospitales, etc.). El materialismo impuesto por ley a las masas adormece mucho más porque elimina derechos fundamentales como la libertad; que “Dios ha muerto”. Dios muere en los ateos, pero él sigue vivo y actuante a su manera porque sus “caminos” no son los nuestros, como escribe bellamente san Juan de la Cruz: “Él está sobre el cielo y habla en camino de eternidad; nosotros, ciegos sobre la tierra, y no entendemos sino vías de carne y tiempo” (Subida, II, 20, 5).

            Teniendo en cuenta esta panorámica de creyentes y ateos, creo que cada día aumenta más el número de los que no son ni ateos ni anteístas ni agnósticos: sencillamente, el tema DIOS a la mayoría les resbala; “no es mi problema, sino de Dios”, dicen algunos; y optan por una solución práctica: que les dejen vivir tranquilos, que harto cuesta soportar los días con sus afanes, angustias y pocas compensaciones.

            A todos ellos -creyentes, ateos, agnósticos y pasotas- se ofrece el claro y apasionado mensaje de Teresa que sigue pregonando, como muchos conversos del ateísmo o la indiferencia a la fe: Dios existe. Yo me lo encontré. O también, como glosa en una de sus poesías prestando voz a Cristo: “Buscarte has en Mí”, “Buscarme has en ti”. Que Teresa, la doctora de la Iglesia, nos siga iluminando con su ciencia y “experiencia”.