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LECCIONES DE LA DOCTORA TERESA (3)

LA PRÁCTICA DEL AMOR HUMANO Y CRISTIANO

                                                       Daniel de pablo maroto

                                                                                  Carmelita Descalzo

                                                                                  “La Santa” – Ávila

En las “lecciones” anteriores de la DOCTORA Teresa, expuse cómo Dios se ha revelado en sus “experiencias místicas” como Existente y Actuante en su vida y en la historia. En la lección segunda presenté, en su nombre, a Dios como Verdad, causa del “andar-vivir en verdad”. En esta tercera “lección” presento al Dios Amor, espejo infinito donde mirarnos para establecer las relaciones amorosas entre los seres humanos; su propuesta supera la ética natural de las leyes morales, aun cristianas, y se fundamenta en las raíces más profundas del ser.

            Para comprender en profundidad su “lección” sobre las relaciones amorosas entre los humanos, es necesario conocer la condición afectiva de la Doctora Teresa, sus relaciones de amistad desde su niñez y juventud hasta su extrema madurez. Leyendo su Autobiografía, y diría que de manera especial sus Cartas, descubrimos en ella un fondo afectivo admirable, dotada de un corazón enamorado y enamorante.

            Teresa tenía, entre sus gracias “naturales”, una innata capacidad de atracción hacia los demás, como el imán al hierro, según la acertada y gráfica descripción de Fray Luis de León, que la descubrió solo en sus escritos. No sé qué embrujo natural o sobrenatural tenía su persona para ejercer esa atracción en los amigos y una capacidad extrema para convertir en amigos a los mismos adversarios y aun enemigos (nunca los tuvo por tales), y eso antes de ser tenida por “santa”.

            En el autorretrato de su infancia y adolescencia, hace referencia a ese vaivén de afectos que van de ella a los demás y vienen a ella en un camino de retorno. Se presenta como la mimada de su padre, “la más querida”, que la manifestaba, según ella, “demasiado amor” (¡!) (Vida, 2, 7 y 3,7).  La capacidad de recibir afecto se torna activo en relación con su hermano Rodrigo que era al que “más quería, aun­que a todos tenía gran amor”; y completa los recuerdos de infancia y adolescencia: “Y ellos a mí” (Vida, 1, 5). En el juego amoroso entraban también  sus primos hermanos: “Teníanme gran amor” (Vida, 2, 2). Podíamos seguir el relato con el mismo final. Recuerdo solo su relación con su hermana mayor, María, de la que dice: “Era extremo el amor que me tenía», y contagia de amor su marido: «y su marido también me amaba mu­cho» (Vida, 3, 3). Hasta se “aficionó” a una prima “de livianos tratos” (ib., 2, 3-4).

            Todos estos textos  se encuentran en los primeros capítulos de la Autobiografía y la Doctora Teresa aplica a sus relaciones afectivas con los demás, tanto activas como pasivas, unos adjetivos de intensidad muy significativos: grande, muy, demasia­do, extremo, mucho. Pero todo con un final feliz para que los intérpretes modernos no deduzcan falsas consecuencias: “Cosas deshonestas naturalmente las aborrecía” (Vida, 2, 6).

            Ese natural tan afectivo le creó problemas morales y espirituales en las relaciones con los demás, especialmente durante años en su vida en La Encarnación. Se dejaba llevar de los afectos que la distraían de su vida en religión y mermaban su capacidad de entrega amorosa a Dios. Como vimos en la lección anterior, la acción del Espíritu Santo equilibró su desbordada afectividad en su “definitiva” conversión que le dio la libertad para amar apasionadamente sin apegos que la distrajesen de su relación con Cristo. (Sobre su afectividad, los problemas morales y su liberación, cf. mi estudio: Teresa, doctora para una Iglesia en crisis, Burgos, Monte Carmelo, 2020, pp. 59-88).  

            Después de la sanación carismática de su afectividad, se convirtió en Doctora y maestra y nos dejó luminosas lecciones sobre el arte de amar, sus modos y maneras que resumo para los lectores con el deseo de que lean los textos en su misma fuente, el Camino de perfección donde describe tres formas de amar en cristiano, excluyendo los “quereres de por acá desastrados” (Camino, 7, 1. Todo el tema, capítulos 4-7).

            El amor puro espiritual, es el más humano por ser el más cristiano, el preferido por la Doctora Teresa para vivir en sus comunidades y en las profundamente cristianizadas. Es el amor de entrega total al prójimo sin egoísmo ni esperar respuesta, tan heroico que “le tienen pocos” (Camino, 6, 1); es el de las “almas generosas, almas reales; no se contentan con amar cosa tan ruin como estos cuerpos, por hermosos que sean, por muchas gracias que tengan” (ib., 6, 2); tan limpio de escorias egoístas, “que se parece y va imitando este amor al que nos tuvo el buen amador Jesús” (ib., 7, 4)

            Elamor espiritual, “sin que intervenga pasión ninguna”, como el que tienen los que son verdaderamente amigos, sobre todo por razones naturales (padres-hijos), espirituales (director-dirigidos), profesionales (profesor-alumnos), etc.

            El amor espiritual-sensual. Es una concesión a los menos profundos amadores, el amor de amistad selectiva, que a veces deriva a la exclusión de los que no son del grupo. Moralmente no es un amor pecaminoso, pero la Doctora Teresa prácticamente lo excluye de sus comunidades al prohibir las amistades “particulares”: “Aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar” (Camino, 4, 7). En comunidades cerradas, como son las de clausura de la madre Teresa, sabe que “aquí hace el demonio muchos enredos”, e impide al corazón que “del todo se emplee en amar a Dios” (ib., 4, 5). “No consintamos -¡oh, hermanas!- que sea esclava de nadie nuestra voluntad” (ib., 4, 8). (Para un estudio completo, textos y comentarios, remito a mi escrito El teresianismo. Teología. Espiritualidad y Moral, Burgos, FONTE- Monte Carmelo, 2015, parte II, cap. 2, pp. 261-277).

             Y, al final, una experiencia triste que purificó la estructura afectiva de su bendita alma en una “noche oscura” prevista por san Juan de la Cruz. Le sucedió al final de su vida, tan castigada por enfermedades, incomprensiones y calumnias. Después de la fundación de Burgos (1582), el camino de retorno al descanso en su querida comunidad de San José en Ávila, tuvo que sufrir la subida dolorosa hacia el Calvario, fin de carrera.

            Sufrió el abandono de su querido P. Gracián, superior religioso, amigo entrañable, todavía sin culminar la dolorosa gestación de la fundación y caminando hacia Andalucía contra los deseos de la Fundadora. En Valladolid, le sucedió la gran tribulación que le hizo exclamar: “Se espantarían los trabajos que por acá tengo y negocios”, no siendo el menor el desprecio de su querida priora y sobrina, María Bautista, a quien oyó decir: “Váyanse y no vengan más acá”. En Medina, algo parecido, seguía sufriendo su propio Via Crucis. “Estamos de camino y con tantos negocios que no sé de mí”, escribe. De nuevo, una regañina de la priora y la marcha hacia Alba de Tormes, cuando ella prefería el camino de Ávila. Y culminó la crucifixión con la muerte en Alba de Tormes el 5 de octubre de 1582. Tenía 67 años. (Todo este proceso purificativo del que no se suele hablar, se puede leer en Mi Teresa. Mujer. Fundadora. Escritora y Santa, FONTE – Editorial de Espiritualidad, 2019, cap. 15, pp. 315-340).